Columna publicada el 5 de abril de 2021 en El Heraldo

Barranquilla y el Atlántico volvieron a los primeros lugares del ranking nacional de contagios por encima de los 2.500 afectados diarios. La alta positividad y la consecuente ocupación casi total de camas de cuidados intensivos en este tercer pico de la pandemia han conllevado a la imposición, otra vez, de estrictas medidas de confinamiento para contener el virus, como el toque de queda y la ley seca, al determinarse que las reuniones sociales se convirtieron en el principal foco de contagio por el relajamiento de las precauciones. Se hace necesario persistir en las medidas de bioseguridad y aislamiento social y, por supuesto, participar en la inmunización.

La pandemia y la cuarentena nos han afectado a todos, pero lastiman de manera singular a los niños, especialmente en su educación, nutrición, relacionamiento y bienestar. Cuanto más tiempo persista la crisis, más profundas serán sus repercusiones. Ayer hice una pequeña encuesta entre mis hijos menores y nietos, a quienes les pregunté qué era lo que más añoraban en este año de pandemia y, casi al unísono, contestaron: los cumpleaños, el colegio y los amigos.

Igual que ellos estamos los barranquilleros que, por segundo año consecutivo, no podremos festejar nuestro onomástico pasado mañana. En esta coyuntura triste y lamentable, la ciudad conmemora sus 208 años de haber sido erigida en villa. Desde sus inicios, nuestro bello terruño se ha caracterizado por ser de brazos abiertos a los migrantes, pujante, emprendedor y en su esencia citadina, alegre y amable; de hecho, contrario a las hermanas ciudades fundadas por los colonizadores, nuestra urbe emergió tras el poblamiento paulatino y espontáneo de personas consideradas libres que encontraron aquí un sitio ideal y exuberante para asentarse y vivir con sus familias.

Con espíritu alborozado solemos festejar cada aniversario, con eventos culturales masivos y actividades cívicas en parques, colegios y universidades, pero otra vez, este año, el agasajo será distinto por el necesario distanciamiento social.

Sin obviar problemáticas estructurales como la inequidad, la inseguridad, la pobreza y las limitaciones sociales y económicas acrecentadas por la pandemia, son evidentes la transformación urbanística de Barranquilla y sus avances en educación, salud y medio ambiente, así como sus proyecciones positivas de crecimiento. Por ello, hay razones para sentirnos orgullosos y celebrar, con corazón currambero desde el hogar y, además, tenemos múltiples motivaciones para seguir trabajando por nuestra urbe.

Entre tanto, felicitemos y queramos a Barranquilla, abracémonos virtualmente y hagamos equipo para superar la incertidumbre, las calamidades y la pandemia y, como dijo mi nieta Marianita, el año entrante nos desquitamos y festejamos todos los cumpleaños atrasados.